Ser amable… al azar

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He vivido en grandes metrópolis casi toda mi vida; gigantescas ciudades que se atragantan de personas e historias. Cuando me mudé de la Ciudad de México a Nueva York descubrí que era estar realmente solo. No necesitas estar a la mitad de la nada para sentir la absoluta presencia de ti mismo. Es la ciudad, es la enorme cantidad de otros humanos que hacen que la desolación sea tan tangible.

Existe un aura indiscernible de algo que podrías llamar lo opuesto a un refugio, que te rodea cuando vives en una ciudad que está frenéticamente llena de otros humanos correteando por ahí. Es lo opuesto a un escudo porque no te mantiene dentro sino que mantiene a los demás fuera aunque estés gritando, silenciosamente para que alguien venga y te libere de ti mismo, que deje a otra voz entrar.

Quien sea que haya vivido en Nueva York por cierto tiempo puede confirmar el hecho de que han visto a alguien llorar en el metro. Yo he llorado en el metro, viajando entre los túneles de mi mente. El llorar es ser vulnerable. Es sentir. Llorar en público es permitirse ser tan humano como se es ya que, ya sabes ¡sientes! Y porque sucede, no lo puedes evitar.

¿Has llorado, solo, en un lugar público? ¿Has visto a alguien más llorar a gritos? ¿Qué hiciste? ¿Los observaste o dejaste que tu mirada los esquivara por miedo a que te infectaras con la vulnerabilidad de alguien más? ¿Te preguntaste por qué estaban llorando? ¿Creaste historias en tu cabeza, pensando, divagando?

¿O te acercaste a la persona para preguntarle si necesitaba ayuda? O, tal vez ¿simplemente le dijiste que todo iba a estar bien? ¿O pusiste tu mano en el hombro del extraño y lo apretaste para hacerle saber que alguien siente por ellos, que todos sentimos y no pasa nada? O, ¿simplemente abrazaste a ese perfecto extraño, dejando que las lágrimas mojaran tu camisa, dejando que sus quejidos resonaran en tus oídos?

Abrazar a un perfecto extraño mientras llora es lo que yo llamo un acto perfecto de bondad. El extraño no lo pide, o, por lo menos, no de manera explicita. El extraño está demasiado involucrado con sus propios sentimientos como para darse cuenta de la necesidad absoluta de que alguien lo sostenga. Tu, el que abrazas, no recibas mucho. No recibes la historia ni el alivio que te da el llorar y sin embargo… te da tanto.

Esta semana tuve una aventura con mis hijos. Quería ir a una granja que habita en el centro de la ciudad. Todos los mapas de mi teléfono me jodieron y de pronto me encontré en medio de una colina en un parque con una carriola doble bastante pasada con dos pequeños seres humanos. Demasiado empinado para bajar, sentía cómo la carriola estaba apunto de caerse de lado. Había demasiado pasto para subir y las ruedas se atoraban. Sudaba y luchaba tratando de buscar una solución. Consideré bajar al bebé y dejarlo por ahí, bajar a la nena de 20 meses y rezar que no saliera corriendo… sudaba y maldecía a la tecnología que me llevó a la desolación de un colina inclinada con una carriola de 20 kilos y entonces… una total extraña se apareció de quién sabe donde y me preguntó si necesitaba ayuda. Por supuesto que sí. Me ayudó a subir, empujando y jalando conmigo. Un acto bondadoso al azar.

Hace unas semanas tuve un viernes terrible. Tenía que hacer trámites que generalmente evito hacer. Dejé al bebé porque pensé que sería veloz. Fui a una oficina y después de esperar 40 minutos en la cola me dijeron que tenía que ir a otra oficina. Fui al otro lado. Esperé por dos horas para que me dijeran que traía los documentos equivocados. Estaba miserable. Tenía que hacer una parada más. Sabía que si no lo hacía me iba a albergar en mis cosas que hacer y no lograría hacer el trámite en unas semanas más. Fui a la última oficina, esperé más de una hora y logré hacer ese trámite. Mis pechos me dolían (estoy amamantando a mi bebé), tenía manchas de leche en la blusa porque había pasado demasiado tiempo desde que le di de comer. Tenía sed, tenía tanta hambre. Salí del edificio y vi una minúscula cafetería. Entré y mis ojos fueron directo a algo que decía contener nutela. Le dije a la chica que moría de hambre y que había tenido un día terrible. Me ofreció también un pan salado. Le pedí un café y cuando estaba a punto de prepararlo le pregunté si aceptaba tarjeta de crédito. Sólo efectivo. No traía nada. Subí los hombros y estaba a punto de irme cuando la chica me dijo que me llevara los panes, que otro día que anduviera por ahí pasaba a pagarle. Le dije que nunca iba por esos rumbos. No le importó, me dio ambos bocadillos. Un acto bondadoso al azar.

Voltearte con la persona de a lado mientras esperan poder cruzar la calle y decirle que el vestido que lleva se le ve espectacular. Ver a alguien del otro lado del pasillo del supermercado y sonreírle. Aplaudirle a un músico de la calle. Levantar un sombrero que salió volando. Dejar una manzana en la banca donde duerme un vagabundo a quien ves todos los días cuando vas a hacer ejercicio en la madrugada.

Un acto bondadoso al azar hace que las ciudades gigantescas se sientan pequeñas. Un acto bondadoso hace que la desolación se sienta menos imponente. Rompe los muros que hemos construido a nuestro alrededor para ¿sentirnos seguros? O simplemente ¿solos? ¿Podría abrir puertas? ¿Podría llevarte a una conversación que nunca pensaste tener? ¿Te obsequió una sonrisa que nunca esperaste recibir?

¿Qué acto bondadoso al azar harás hoy? ¿Esta semana?

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